“Lo sexual, en cierto sentido, es apenas el telón que se levanta para iniciar un drama entre dos cuyo escenario es el mundo, cuya historia es el destino”.
Gonzalo.
Gonzalo.
De seres racionales, pasamos a ser seres sexuales. Y de seres sexuales, próximos a la divinidad, pasamos a adorar falsos falos de oro, tetas plásticas en las cuales laten corazones duros como monedas de cuero.
Se nos olvidó el significado de una caricia que despierte las más bajas sensaciones, pero las más altas retribuciones, y aprendimos a ocultarnos entre los amoldados cuerpos al estilo de Christian Dior para que no vean el duelo que sufrimos por perder la memoria.
De reconocer en la pareja el encuentro lujurioso de un poema que no sabemos escribir y el eterno papel de una piel que se amolde a nuestras vidas, convertimos la cama en una mesa, un escritorio, y en los casos más tristes, el campo de batalla de una guerra que nunca se inicia y nunca se termina, de silencios vacíos y respuestas monosilábicas.
Traficantes de nuestro propio cuerpo, el cual vendemos al peor postor, porque si fuera el mejor, nunca le pondríamos precio.
Orgullosos de nuestras aventuras sexuales, y del número de camas visitadas, nos hemos vuelto tan tristes como una lata de coca cola en la caneca de la cotidianidad. Don Juanes virtuales, que en vez de satisfacer un deseo, queremos romper un record, intentándonos sentir vivos con el cadáver del sexo pudriéndose a nuestro lado.
¡Oh, orgulloso sexo! ¿A dónde has huido? ¿No te diste cuenta que con tu partida dejaste hombres y mujeres miserables y llenos de desprecio?
Espero que las hojas de mi calendario me permitan ver tu retorno, al lugar donde perteneces. No entre billetes sucios y sudados, o entre la soledad y la fatiga, sino en los corazones, de donde saliste para comprar cigarrillos, pero lo único que volvió fue el humo de tu ausencia.
Se nos olvidó el significado de una caricia que despierte las más bajas sensaciones, pero las más altas retribuciones, y aprendimos a ocultarnos entre los amoldados cuerpos al estilo de Christian Dior para que no vean el duelo que sufrimos por perder la memoria.
De reconocer en la pareja el encuentro lujurioso de un poema que no sabemos escribir y el eterno papel de una piel que se amolde a nuestras vidas, convertimos la cama en una mesa, un escritorio, y en los casos más tristes, el campo de batalla de una guerra que nunca se inicia y nunca se termina, de silencios vacíos y respuestas monosilábicas.
Traficantes de nuestro propio cuerpo, el cual vendemos al peor postor, porque si fuera el mejor, nunca le pondríamos precio.
Orgullosos de nuestras aventuras sexuales, y del número de camas visitadas, nos hemos vuelto tan tristes como una lata de coca cola en la caneca de la cotidianidad. Don Juanes virtuales, que en vez de satisfacer un deseo, queremos romper un record, intentándonos sentir vivos con el cadáver del sexo pudriéndose a nuestro lado.
¡Oh, orgulloso sexo! ¿A dónde has huido? ¿No te diste cuenta que con tu partida dejaste hombres y mujeres miserables y llenos de desprecio?
Espero que las hojas de mi calendario me permitan ver tu retorno, al lugar donde perteneces. No entre billetes sucios y sudados, o entre la soledad y la fatiga, sino en los corazones, de donde saliste para comprar cigarrillos, pero lo único que volvió fue el humo de tu ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario